Viaje a la Luna

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Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.

QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR

lunes, 22 de febrero de 2016

ECO: ¿NUMERO CERO?

(Por Eduardo Mora Basart, publicado en el blog de Iroel Sánchez "La pupila Insomne" https://lapupilainsomne.wordpress.com)

La disección de la cultura desde una dimensión estética o comunicológica signó la obra de Humberto Eco, uno de los paradigmas del pensamiento contemporáneo. La noticia de la desaparición física del autor de El nombre de la Rosa, me sorprendió sumido en la lectura de su última novela Número Cero, un crítica al periodismo actual, donde defiende la tesis de que los medios masivos no rinden tributo a la verdad sino a quienes los financian. Como en esta obra, la mirada crítica de Eco a los medios masivos es constante. Por ello, aseguraba que “estamos obsesionados por los medios de comunicación que, ciertamente, son uno de los males de nuestro tiempo. Son un mal como en un tiempo eran las epidemias: la peste. Así como mucha gente logró sobrevivir a la peste, también podrán sobrevivir muchos a los medios de comunicación”.

Varios de los principales titulares que colmaron la prensa italiana subrayaban: “Italia está de luto”, “Ahora somos más pobres”, “El hombre que lo sabía todo”. El periodista Gianni Rotta en La Stampa de Turín, lo definió con mediana precisión: “Filósofo, padre de la semiótica, escritor, profesor universitario, periodista, experto en libros antiguos: en cada una de sus almas Umberto Eco era una estrella internacional, pero con sus estudiantes, lectores, colegas, jamás Eco exhibió la pose snob que tal vez otros escritores sí habrían adoptado de haber publicado best sellers como El nombre de la rosa o El péndulo de Foucault. Umberto Eco reía, se informaba de las novedades y —encendiendo un cigarro— contaba la última broma antes de presentar una nueva teoría lingüística”.

Los amantes del periodismo atesoramos ensayos comoApocalípticos e integrados y Hacia una guerrilla semiológicacomo textos de culto. Aún están vivas en mi memoria las encendidas polémicas en las aulas de la Universidad de las Artes de La Habana (ISA), guiadas con mesura y sapiencia raigal por la doctora Magalys Espinosa, donde nos sumergíamos en la historia de la estética desde encendidas polémicas y en el camino por los laberintos de las vanguardias artísticas era de obligada recurrencia apelar a Duchamp, Morawski, Mukarowski y los aportes de Eco resultaban omnipresentes. Una y otra vez releí La obra abierta, el texto que le encargó Italo Calvino, génesis de toda su producción semiótica e indispensable para interpretar las dinámicas estéticas contemporáneas.

Eco sentenciaba: “Cada vez estoy más convencido de que, para comprender mejor muchos de los problemas que aún nos preocupan, es necesario volver a analizar los contextos en que determinadas categorías surgieron por primera vez”. Quien no ha leído Cómo se hace una tesis, obra que puso en mis manos como de obligada lectura el doctor Gilberto Valdéz. De ella se mostraba orgulloso Humberto Eco y dijo: “Millones de estudiantes la han usado en todo el mundo como guía. Sigue siendo útil en la era de internet aunque yo lo haya escrito a mano. Después de mi muerte, ese será el único libro que me sobrevivirá”.

Sin embargo, El nombre de la Rosa es una obra que redimensionó las letras en la segunda mitad del siglo XX. En ella rinde homenaje a Conan Doyle y al filósofo escolástico Guillermo de Ockham, uno de los padres del pensamiento moderno, quien aseguró que “la explicación más sencilla suele ser la verdadera”. Ninguna de las novelas de Eco desde El péndulo de Foucault hasta Número Cero, pasando por La isla del día antes, Baudolino, La misteriosa llama de la reina Loana o El cementerio de Praga, se elevó hasta su altura. Al cuestionársele la grandeza de una novela que no fue superada por el autor, ripostó: “También es una ley de la sociología del gusto, o mejor dicho, de la sociología de la fama. Si uno se hace famoso por haber matado a Billy de Kid, cualquier cosa que haga después —desde llegar a ser presidente de Estados Unidos, hasta descubrir la penicilina— a los ojos de la gente seguirá siendo siempre el que mató a Billy de Kid”.

En una entrevista concedida al periodista español Xavi Ayén testimonió: “Era hijo de un tipógrafo, tuve 12 hermanos, no podía comprarme libros y me iba a los quioscos a leer los fascículos de las novelas por entregas, hasta que el quiosquero me echaba, me iba a otro quiosco y allí leía otro trozo. Colecciono aún libros impresos por mi abuelo. Yo leía en su casa, recuerdo Los tres mosqueteros de Dumas ilustrados por Maurice Leloir. Cuando murió, se le quedaron muchos manuscritos por editar en una caja, novelas populares a las que nadie hizo caso, y yo, a los 8 o 10 años, devoré esos manuscritos, eran aventuras fantásticas. La otra influencia fue mi abuela materna, una mujer que no tenía educación, tal vez la primaria, pero sí una pasión increíble por la lectura, se iba a las bibliotecas y siempre tenía un montón de novelas en casa. Leía Balzac o Stendhal como si fueran una novela rosa, sin sentido crítico, pero me prestaba esos libros y yo me sumergía en la gran novela francesa ya a los 12 años”.

La despedida de ese icono de la cultura mundial se realizará este martes en el Castello Sforzesco, una joya arquitéctonica del siglo XV que Humberto Eco contemplaba extasiado desde una de las ventanas de su casa en Milán, Italia. Esta semana verá la luz su obra Crónicas de una sociedad líquida donde según su editor Mario Andreose, hay pasajes que son de una comicidad espléndida, y otros en los que Eco “analiza la identidad del papa Francisco, al que tenía en gran estima”. Su análisis y disección de la cultura de masas centró una parte fundamental de su obra pues según Eco: “en la cultura cada entidad puede convertirse en fenómeno semiótico. Las leyes de la comunicación son las leyes de la cultura. La cultura puede ser enteramente estudiada bajo un punto de vista semiótico. La semiótica es una disciplina que puede y debe ocuparse de toda la cultura”.

Por ello, se regocijaba al dedicar una parte de su tiempo a leer comics, a quienes confirió trascendencia como componente fundamental de la cultura de masas. Una muestra elocuente de ello es su valoración de Mafalda: “Ya nadie niega hoy que el cómic (cuando alcanza niveles de calidad) es un testimonio sobre el momento social: y en Mafalda se reflejan las tendencias de una juventud inquieta, que asumen el aspecto paradójico de una oposición infantil, de una eccema psicológica de reacción a los medios de comunicación de masas, de una urticaria moral producida por la lógica de los bloques, de un asma intelectual originado por hongos atómicos. Puesto que nuestros hijos se preparan para ser -por elección nuestra- una multitud de Mafaldas, nos parece prudente tratar a Mafalda con el respeto que merece un personaje real.”

Leyendo las noticias sobre la muerte de Eco rememoraba a José Pablo Feinmann –a quien muchos legitiman como el Humberto Eco argentino, aún cuando se confiese discípulo de Sartre – en una de sus conferencias del curso de filosofía del canal Encuentros. En ella aseguraba que la despedida es sólo asunto de mortales, pues la finitud de sus vidas no les ofrece la certeza de un nuevo encuentro: los inmortales no se despiden. Por ello, rememorando a Santo Tomás de Aquino, el pensador que según Eco lo curó milagrosamente de la fe, Humberto Eco no ha muerto pues es patrimonio de la eternidad.

(GRACIAS POR TUS ECOs)

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